Hace más de 25 años se estrenó la segunda parte de una película cuyo enorme éxito la convirtió en la segunda más taquillera de 1989: Volver al futuro II. En ésta, los protagonistas viajan 30 años adelante y, en su travesía, se encontraron con los adelantos tecnológicos que los creadores de la trama imaginaron que existirían en 2015.
El año pasado, al revisar cuáles de los inventos presentados en el filme se hicieron realidad y cuáles no, encontramos una mezcla entre lo que sí y lo que no pasó. Sin embargo, nunca imaginamos que hoy algunos de los inventos que forman parte de nuestra vida cotidiana ni siquiera salieron en la película, pues superan la imaginación de los escritores.
Estoy escribiendo este artículo, son las 11:30am y acabo de utilizar mi smartphone por vigésima vez en el día. Lo abrí para elegir el recorrido óptimo para llegar a la oficina (Waze). Ayer envié a un chofer por un conferencista invitado que venía del extranjero (Uber), me mantuve en contacto 12 veces con mi equipo de trabajo (Whatsapp), leí las noticias y revisé correos mientras estaba en la caminadora (Outlook).
Además vi medio capítulo de una serie (Netflix) y tuve que tirar alguna fotos, pues estaba empezando a saturarse la memoria. En suma, verifiqué dónde era mi cita para la comida (Calendar), cheque cómo iba la Bolsa…, ¡ah! Y además hice tres llamadas telefónicas.
Mi smartphone pesa solamente 129 gramos y mide 13 cm de largo, 6.7cm de ancho y 7 milímetros de grueso. Tiene una cámara de 8 megapixeles y la batería le dura (según el uso) entre 8 y 12 horas. Mi celular es parte de los inventos que no salieron en “Back to the Future II”.
Frente al enemigo
Sin duda, los teléfonos inteligentes son un tema de Innovación muy exitosa, por cierto, que nos obligan a reflexionar que prepararse para innovar, en términos de competir, es prepararse para enfrentar a un enemigo desconocido, un enemigo que no sabemos cómo, cuándo y donde atacará, pero que está presente y listo para tomar nuestro territorio —y si exagero un poco podríamos afirmar que se nos va a ir a la yugular—.
Andy Grove es todo un personaje. Desde muy joven salió de Hungría, huyendo la invasión soviética, en 1956 y llegó a Estados Unidos sin saber inglés, ahí estudió Ingeniería en el City College de Nueva York. Muchos años después, fue fundador y Director General de Intel, el mayor fabricante de circuitos integrados del mundo.
Grove, quien falleció en marzo de 2016, enunció de una manera contundente en su autobiografía titulada “Sólo los paranoides sobreviven” la importancia de obrar con urgencia sin esperar al enemigo que nos quiere matar, sino imaginando que ya está y obrando en consecuencia, muy proactivamente, para lograr sobrevivir.
Clayton Christensen, afamado profesor de la Harvard Business School y toda una autoridad en el tema de innovación, aconseja: “Los Directores no sólo deben preguntarse si tienen los recursos necesarios para impulsar la innovación. También deben preguntarse si la organización cuenta con los procesos y valores necesarios y requeridos para tener éxito en la nueva situación”.
En definitiva, se trata de que entiendan que las capacidades que convierten en eficaces a sus empresas también definen, paradójicamente, sus discapacidades. Y, en ese sentido, afirma que les resultará útil responder honestamente a otras dos interrogantes: ¿Los procesos con los cuales trabajan habitualmente son apropiados para encarar el nuevo problema? y ¿Los valores de la organización otorgarán alta prioridad a esta iniciativa?
Si las respuestas son “no”, el primer paso está dado. Porque para empezar a resolver un problema, lo esencial es reconocer que existe.
De modo que las capacidades de la organización residen en sus procesos (capacidades, competencias o habilidades) y en sus valores (en lo que creen y que muchas veces perfila como actúan). Eso es lo que, en definitiva, define lo que una empresa puede hacer y no hacer con un conjunto dado de recursos.
Para enfrentar al enemigo desconocido no hay como tener muy claras las capacidades organizacionales, saber bien en qué somos eficaces y por qué lo somos. También es importante reconocer en que no somos eficaces y porque no deberíamos entrar, pues como afirman los buenos estrategas: “hay batallas que es mejor no librar”.