Si alguna vez has postergado una tarea importante para, digamos, poner en orden alfabético las especias en tu alacena, sabes que no sería justo describirte como flojo.
La toma de decisiones se lleva a cabo en la parte frontal de la corteza cerebral y el proceso de toma de decisiones es voluntario.
Procastinación es un término de uso frecuente, se trata de demorar, retardar o retrasar algo. Etimológicamente, “procrastinación” deriva del verbo en latín procrastināre, postergar hasta mañana, sin embargo, es más que postergar voluntariamente.
Una de las mejores definiciones de esta palabra: “Procrastinación: (del latín: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro), postergación o posposición; es la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes o agradables”, la escribió Jorge Fernández Meléndez.
Si la procrastinación no es flojera, entonces, ¿de qué se trata?
Esa autoconciencia es una pieza clave para entender por qué procrastinar nos hace sentir mal. Cuando procrastinamos, no solo estamos conscientes de que estamos evadiendo la tarea en cuestión, sino también de que hacerlo es probablemente una mala idea. Y aun así, lo hacemos de todas maneras.
La profesora de Psicología en la Universidad de Sheffield, Fuschia Sirois, comenta “No tiene sentido hacer algo que sabes que tendrá consecuencias negativas. Las personas se enganchan en este círculo irracional de procrastinación crónica debido a una incapacidad para manejar estados de ánimo negativos en torno a una tarea”.
La procrastinación no es un defecto del carácter que afecta tu habilidad para administrar el tiempo, sino una manera de enfrentar las emociones desafiantes y estados de ánimo negativos generados por ciertas tareas: aburrimiento, ansiedad, inseguridad, frustración, resentimiento y más.
El profesor de Psicología Tim Pychyl, en una investigación sobre procrastinación en Canadá comenta: “La procrastinación es un problema de regulación de emociones, no un problema de gestión de tiempo”.
En un estudio de 2013, Pychyl y Sirois descubrieron que la procrastinación puede ser entendida como “la primacía de la reparación del estado de ánimo a corto plazo… por encima del objetivo de las acciones planeadas a un plazo más largo”. Según Sirois la procrastinación es enfocarse más en “la urgencia inmediata de administrar los estados de ánimo negativos” que en dedicarse a la tarea.
La naturaleza particular de nuestra aversión podría ser debido a que la tarea misma es inherentemente poco placentera, sin embargo, también podría resultar de sentimientos más profundos relacionados con la tarea, como dudar de uno mismo, tener baja autoestima, sentir ansiedad o inseguridad. Eso engloba las asociaciones negativas que tenemos con la tarea, y esos sentimientos todavía estarán ahí cuando volvamos a ella, junto a estrés y ansiedad aumentados, sentimientos de baja autoestima y de culpabilidad.
Los pensamientos que tenemos sobre procrastinación suelen exacerbar nuestra angustia y estrés, lo que contribuye a todavía más procrastinación, dijo Sirois. No obstante, el alivio temporal que sentimos cuando procrastinamos es lo que realmente hace muy vicioso el círculo. Puede parecer en el momento que suspender una tarea brinda alivio, “has sido recompensado por procrastinar”, dijo Sirois. Esta es precisamente la razón por la que la procrastinación tiende a no ser un comportamiento una vez, sino un círculo, uno que fácilmente se convierte en un hábito crónico.
Con el paso del tiempo, la procrastinación crónica tiene costos no solo a la productividad, sino efectos destructivos medibles en nuestra salud mental y física, incluidos estrés crónico, angustia general psicológica y baja satisfacción con nuestra vida, síntomas de depresión y ansiedad, hábitos deficientes de salud, enfermedades crónicas e incluso hipertensión y enfermedades cardiovasculares.
La procrastinación es el ejemplo perfecto del sesgo del presente, la tendencia de nuestra mente a dar prioridad a necesidades a corto plazo en vez de las de a largo plazo.
El psicólogo Hal Hershfield dijo: “Realmente no fuimos diseñados para pensar hacia adelante en el futuro más lejano porque necesitábamos enfocarnos en proveer para nosotros mismos en el aquí y ahora”. Esta investigación ha mostrado que, a nivel neuronal, percibimos a nuestros yo del futuro más como extraños que como parte de nosotros mismos. Cuando procrastinamos, hay partes de nuestro cerebro que realmente piensa que las tareas suspendidas, y los sentimientos negativos que conllevan, son problema de alguien más.
Para empeorar las cosas, el estrés, hace que seamos menos capaces de tomar decisiones bien analizadas y orientadas en el futuro en medio de una situación. Cuando nos enfrentamos con una tarea que nos hace sentir ansiosos o inseguros, la amígdala, que funciona como “detector de amenazas”, percibe esa tarea como una amenaza genuina, en este caso a nuestra autoestima o nuestro bienestar. Inclusive aún cuando reconocemos que suspender la tarea nos creará mayor estrés en el futuro, nuestros cerebros están más preocupados por eliminar la amenaza en el presente. Los investigadores llaman a esto “secuestrar la amígdala”.
Desafortunadamente, no podemos simplemente decirnos a nosotros mismos que dejemos de procrastinar. Y a pesar de la abundancia de los “trucos de productividad”, que se enfocan en cómo hacer más trabajo, estos no abordan de raíz la causa de la procrastinación.
En esencia, la procrastinación es un asunto de emociones, no de productividad. La solución no involucra en centrarse en gestión del tiempo o aprender nuevas estrategias de autocontrol. Tiene que ver con manejar nuestras emociones de una manera diferente.
“Nuestros cerebros siempre están buscando recompensas relativas. Si tenemos un círculo de hábitos alrededor de la procrastinación pero no hemos encontrado una mejor recompensa, nuestro cerebro continuará haciéndolo una y otra vez hasta que le demos algo mejor que hacer”, dijo Judson Brewer, director de investigación e innovación en el Centro de Plenitud Mental de la Universidad de Brown.
Para reconfigurar cualquier hábito, tenemos que darle a nuestro cerebro lo que Brewer llamó la Mejor y Más Grande Oferta.En el caso de la procrastinación, tenemos que encontrar una mejor recompensa que evadir, una que pueda aliviar nuestros sentimientos desafiantes en el presente sin causar daño a nuestros yo del futuro. “La dificultad de romper la adicción a procrastinar en particular es que existe un número infinito de acciones sustitutas potenciales que todavía podrían ser formas de procrastinación”, dijo Brewer. Es por ello que la solución debe ser interna, y no dependiente de cualquier cosa excepto nosotros mismos.
La falta de autocontrol lleva a los procastinadores a tener problemas cuando se trata de finalizar tareas. Cuando una persona con poca disciplina se enfrenta a una labor poco deseada, es entonces que se inclina por procrastinar.
Te dejamos un video para dejar de procastinar.
Fuente: www.nytimes.com