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Opinión

Cuando una persona hace la diferencia

A veces somos pesimistas y vemos la realidad peor de lo que realmente es. Recuerdo un dicho de Don Manuel Senderos, presidente fundador de DESC, que siempre me hace reflexionar: “Las cosas nunca son tan malas como parecen, ni tan buenas como uno desearía que fueran”. El caso es que a veces la realidad se torna sombría, o la inseguridad nos golpea, o la apatía de ciertas personas nos molesta y esto nos vuelve pesimistas.

Por Carlos Ruiz González, Profesor del Área de Política de Empresa (Estrategia y Dirección) en el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE).Director del Programa de Alta Dirección (AD-2) en la misma institución.
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A veces somos pesimistas y vemos la realidad peor de lo que realmente es. Recuerdo un dicho de Don Manuel Senderos, presidente fundador de DESC, que siempre me hace reflexionar: “Las cosas nunca son tan malas como parecen, ni tan buenas como uno desearía que fueran”. El caso es que a veces la realidad se torna sombría, o la inseguridad nos golpea, o la apatía de ciertas personas nos molesta y esto nos vuelve pesimistas.

Pero a veces las personas dan lo mejor de sí mismas y es en esos momentos cuando a uno le renace la esperanza; si pusiéramos empeño en hacer lo que nos toca, sólo lo que nos toca, pero haciéndolo muy bien, éste sería otro país.

Saco esto a colación por una experiencia que tuve hace días. Todo empezó hace un par de meses, cuando llegué a las carreras al aeropuerto de la ciudad de México, Terminal 2, y me tocó hacer cola a la hora de mostrar el pase de abordar (no sé por qué, pero en ese lugar piden una identificación, a diferencia de otros aeropuertos). Como pude saqué mi licencia de conducir, la enseñé y corrí a los filtros, pero no la guardé en el lugar que le corresponde: mi cartera, y pensé: “Lo haré más tarde, si no, pierdo el avión”. Lo que perdí fue la licencia. Esa noche, en el hotel, revisé mis bolsillos, mi equipaje de mano y el portafolio, al menos tres veces… no estaba.

De regreso llamé al aeropuerto y al Salón Premier de Aeroméxico, sin tener buenas noticias, así que me hice a la idea de ir a la oficina de licencias a pedir una reposición, un trámite que me tomaría una mañana, por lo menos, además de costarme unos 600 pesos.

No pude ir, así que el lunes de hace un par de semanas, camino al aeropuerto, decidí acudir en persona (ya había llamado por teléfono) al área de objetos perdidos. Llegué con tiempo y fui primero a la oficina de Aeroméxico, donde una señorita muy amable la buscó en una caja y en su relación de objetos perdidos –por cierto, me sorprendió la enorme cantidad de credenciales del IFE y de licencias que había, ¿por qué nadie va por ellas? Se entiende que no recojan sus tarjetas de crédito (también había un buen número) porque éstas se reportan de inmediato para evitar su mal uso pero, ¿una identificación oficial?

Bueno, el caso es que mi licencia no apareció, así que, siguiendo las indicaciones de la amable señorita que me atendió (Toni), fui a la oficina de objetos perdidos del aeropuerto, que estaba junto. Entré, pregunté, me atendieron bien, pero no la tenían.

Resignado a hacer el trámite correspondiente, me encaminé a la puerta, cuando la señorita Toni entró a decime que por su cuenta había revisado las listas, día por día, desde el que perdí mi licencia, y ya la había localizado.

Muy amablemente me indicó dónde tenía que recogerla (como habían pasado más de dos semanas, las cosas perdidas las envían a una bodega ubicada en la terminal de carga de la aerolínea. Me fui para allá, un poco a las carreras, debo admitirlo, con el temor de perder mi vuelo.

Para cuando llegué, la señorita Toni ya había llamado al encargado, el señor Felipe Hidalgo, quien prácticamente me estaba esperando con la licencia en la mano y me ayudó con un trámite de llenado de formas. Así regresé rápidamente a la Terminal 2 para abordar, con el tiempo justo pero feliz y contento con mi licencia (eso sí, ahora guardada en su sitio: mi cartera). Me había ahorrado una mañana perdida y 600 pesos, pero además tenía la satisfacción de haberla buscado… y encontrado, gracias a la labor fuera de lo ordinario (y por lo tanto extraordinaria) de una persona.

Es una anécdota simple, quizá banal, pero extraigo de ella una “perla”: la actitud de la señorita Toni. Se trata de una persona que hizo la diferencia, quien seguramente me vio preocupado, se conmovió, quizá, y en vez de leer una revista, o platicar con alguien, se puso a hacer algo extra, y realmente hizo mucha diferencia.

A veces el trabajo ordinario (hecho, eso sí, extraordinariamente) nos da la ocasión de ser heroicos. Ojalá muchos tomásemos esa actitud, les aseguro que este país sería mejor.

Otra persona que hizo la diferencia fue mi padre, quien falleció hace unos semanas, un hombre ejemplar, buen esposo, buen padre, buen hijo, íntegro, honesto, laborioso; supo emprender labores arduas y difíciles, logrando resultados extraordinarios y supo también disfrutar de la vida. Agradezco mucho haber tenido el privilegio de ser su hijo y agradezco también las numerosas expresiones de cariño y solidaridad que hemos recibido mi mamá, mi familia y un servidor.

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When Someone Makes a Difference

Sometimes we are pessimistic and perceive reality worse than it is. I remember a saying from Don Manuel Senderos, founding president of DESC, which has always made me ponder, “Things are never as bad as they seem to be, nor as good as you wish they were.”

But occasionally, people give the best of themselves and it is in those instances when hope revives inside you.

I bring this up because of an experience I had a few days ago. It all started a couple of months ago, when I arrived in a hurry to Terminal 2 in Mexico City’s airport and I had to wait in line to show my boarding pass. I pulled out my driver’s license carelessly, showed it and ran to security not returning it to its place: my wallet. I thought, ‘I will do it later otherwise I will miss my plane.’ What I ended up losing was my driver’s license.

When I came back, I called the airport and Aeromexico’s Club Premier lounge with no luck so I decided I had to go to the driver license’s office for a replacement, a procedure that would take at least one morning in addition to the cost of around $600 pesos.

I wasn’t able to do this so one Monday, a couple of weeks ago, on my way to the airport, I decided I was going to show up in person at the lost and found office. First, I went to Aeromexico’s office where a very nice young woman—Toni—looked for it in a box and checked a list—I was amazed by the amount of lost IFE voter ID cards and driver’s licenses. My driver’s license wasn’t there, so I followed Ms. Toni’s indications and proceeded to the airport’s lost and found office which was right next door. I came in, asked about it and was properly helped but they didn’t have it. I was resigned to go ahead with the pertinent replacement procedure and, as I was walking to the door, Ms. Toni came in and said that she had checked the lists, day by day, from the date I lost my DL and that she had located it. She very kindly told me where I had to go to pick it up; since I had lost it more than two weeks ago, they had already sent the lost and found objects to a warehouse located at the airline’s cargo terminal. I went there, sort of in a hurry, I must admit, because I was concerned I might miss my flight.

When I arrived, Ms. Toni had already called the person in charge, Mr. Felipe Hidalgo, who helped me fill out some paperwork. I quickly returned to Terminal 2 to board, just in time, but extremely happy to have my license back thanks to the unexpected and extraordinary work of one person.

Another person that made a difference was my father, who passed away a couple of weeks ago. He was an exemplary man, a good husband, a good father, a good son; a straightforward, honest, hardworking man. He knew how to undertake arduous and difficult tasks, obtaining extraordinary results, and he also knew how to enjoy life. I am very grateful for having had the privilege of being his son, and I am also grateful for the countless gestures of affection and solidarity that my mother, my family and I have received.

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Acerca del Autor

Carlos Ruiz

El autor es Profesor-Director del Área de Política de Empresa (Estrategia y Dirección) en el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE) y Director de programas In-Company en la misma institución.